sábado, 16 de marzo de 2013

Relatos de hospital 2: Acompañando a sol y sombra al enfermo

Cuando un ser querido se queda ingresado, el primer impulso es estar a su lado, y pasar todo el tiempo posible con él. Sin embargo, ante hospitalizaciones largas, esto no es lo mismo decirlo que hacerlo. Según pasan los días, el estrés y el cansancio (tanto físico como psicológico), van haciendo mella. Si intentas pasar las 24 horas en la habitación (excepciones fisiológicas inevitables excluidas), terminas con el cuerpo anquilosado y dolorido, además de comenzar a pensar con menor claridad. Algo que va afectando más fuerte según más mayor eres.

Por supuesto, esto leído todo el mundo piensa que es una tontería. Que intentar acompañarlo siempre es virtualmente imposible, siendo la opción de alternarse con los familiares la más lógica. Desgraciadamente, es más fácil decirlo que hacerlo: A veces por la imposibilidad de los miembros de la familia, a veces por la cabezonería de los seres más allegados; que solo cuando están bastante perjudicados, entran en razón.  Y si la enferma se pone quejosa, la cosa se pone 1000 veces peor.

Al final, todo se convierte en un juego malabar entre las obligaciones laborales, la disponibilidad familiar, y las ganas de estar con ella. Claro, que si hablamos de una unidad familiar de 3 personas, donde la enferma es la madre y el padre también está muy achacoso, el malabarismo pasa a ser en vez de con pelotas, con cáteles molotov. Pero eso, lo dejaremos para otro relato.

2 comentarios:

Ernesto Makimura dijo...

Y eso que no has comentado que al tener que desarrollar una actividad laboral paralela a la estancia del enfermo en el hospital, los malabares son aún peores. La verdad es que tienes un buen problema por en medio. Mucho ánimo

Bibliotecario dijo...

Algo he mencionado con lo de las "obligaciones laborales". Que complican mucho la cosa, la verdad.